Quienes me seguís por Facebook, Twitter e Instagram, ya sabéis que hace poco más de una semana nos mudamos de casa (y de barrio). No os podéis imaginar lo nerviosa que estaba los días anteriores… ¿Cuántas veces os habré contado que no debemos preocuparnos tanto por los cambios o pequeños hitos que debemos superar, que luego no es para tanto? Pues esto mismo me intentaba repetir, pero hasta que no llega el día y, lo que es más importante: no pasa, no podemos comprenderlo. Mirad que me lo decíais, que llega un día en el que pasas de tener todas tus cosas en tu casa y al cabo de unas horas, lo tienes todo (con muchas cajas) en el que será tu nuevo hogar.
Hasta ahora me había cambiado sólo un par de veces de casa. La primera, de casa de mis padres cuando me vine a vivir a Madrid, con una maleta con algo de ropa (pensando en volver en menos de una semana sin caer en que entraba a trabajar en una tienda de ropa y que los domingos eran, también, laborables). Y la segunda vez, de un pequeño piso de alquiler en el que viví unos meses y cuya mudanza conseguimos meter en nuestro coche a la que sería nuestra casa durante más de diez años… Hasta ahora.
Nuestra anterior casa estaba fenomenal, pero lejos del cole de Cecilia: dentro de una urbanización con vecinos encantadores que espero puedan seguir siendo algo más que vecinos sin que el tiempo y la distancia nos separe demasiado. Sus paredes nos vieron irnos un día como novios y llegar como recién casados, hacer la maletas para irnos de viaje de novios y regresar, felices. También me vieron salir una noche de madrugada embarazada y volver a los dos días con Cecilia en nuestros brazos. Nos vieron celebrar, nos vieron reír, nos vieron llorar, nos vieron discutir, nos vieron reconciliarnos, nos vieron aprender a vivir los tres en familia… También conocieron a la familia y algunos amigos que vinieron de visita… Son muchos los recuerdos que guardan y guardarán esas estancias que quedaron vacías, y que, por un momento y poco antes de dejarlas, vinieron atropellados a mi memoria.
Ahora estamos mucho más cerca del cole de Cecilia (¡tanto que podemos ir andando!), de sus amigas e incluso de parte de nuestra familia. Una casa (más) de barrio, en la que todo está cerca y, por qué no decirlo, es un poco más grande que la de antes. Una casa que poco a poco vamos haciendo nuestra.
Pero lo que tengo claro es que nuestro hogar, siempre que estemos los tres juntos, estará en cualquier parte.
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