Cecilia está a punto de cumplir 7 años y, aunque cada vez son menos las voces que nos apremian preguntan si la daremos un hermanito o hermanita, nosotros sí empezamos a sentir esa impaciencia. En mi cabeza se agolpan un montón de pensamientos, todos con un ligero sentimiento de culpa por haber tardado tanto tiempo en tomar la decisión de volver a quedarme embarazada y que quizás, haya llegado tarde.
Quizás os preguntaréis por qué hemos tardado tanto en decidirnos… Veréis:
En primer lugar, ya os he contado en alguna ocasión que tuve un post parto digamos… complicado (en el fondo pienso que llegué a tener depresión). Esa fue la principal razón que me hizo retrasar el impulso a ir a por el segundo. Y es que la palabra miedo siempre anda acechando detrás, paralizando: miedo a que me volviera a pasar lo mismo, miedo a no saber (o poder) llevar el peso de la bimaternidad, miedo… El miedo que me pudo frente a la ilusión que comenzaba a nacer dentro de mí porque mi situación personal no era la misma y mi grado de madurez tampoco…
Pero el tiempo iba pasando y mi hija seguía creciendo con esa rapidez que con la que los niños lo hacen… Y entonces llegó una crisis de pareja que hizo derrumbar mi castillo de naipes de golpe. Levantarlo ha costado y nuevamente el miedo, la incertidumbre y el tiempo volvieron a jugar en nuestra contra.
Y así nos encontramos, levantándonos y edificando nuestro castillo con la ilusión de nuevo ahí pero que no termina de convertirse en realidad. Entonces llegan las razones, los pros y los contras. Cecilia ya no nos pide un hermanito y yo me hallo preguntándome si de verdad le haría o nos haría tanta falta… Ella es una niña feliz y los tres disfrutamos de nuestro día a día en familia, nos gustan las mismas cosas y los planes que organizamos juntos los vivimos a tope. ¡Estamos perfectamente compenetrados!
Así que llegado a este punto me pregunto si la llegada de un nuevo miembro a nuestra familia nos haría más felices (seguramente sí). Pero de lo que sí estamos seguros es de que ahora estamos plenos y que la familia que tenemos formada no la cambiaríamos por nada.
Como conclusión, vamos a dejar de darle vueltas y dejaremos que el destino decida.
Sin miedo.
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